La Divina Misericordia es un tema de profunda relevancia teológica y espiritual que ha sido abordado por numerosos santos a lo largo de la historia de la Iglesia. Uno de los aspectos más significativos es su capacidad para trascender los límites del pecado y la indignidad humana, ofreciendo un camino hacia la reconciliación y la salvación. En el Evangelio, Jesús enseñó sobre la misericordia de Dios a través de sus acciones y palabras. Él perdonó pecados, sanó a los enfermos y acogió a los marginados, demostrando que la misericordia divina trasciende todo pecado y sufrimiento humano. San Juan Pablo II, un defensor devoto de la Divina Misericordia, promovió la devoción a través de la canonización de Santa Faustina Kowalska y la institución del domingo de la Divina Misericordia.
Santa Faustina, una humilde monja polaca del siglo XX, recibió revelaciones de Jesús sobre la importancia de la piedad. En sus escritos, registrados en el "Diario de Santa Faustina", Jesús instó a la humanidad a confiar en su misericordia y a recurrir a ella con confianza y arrepentimiento. San Agustín, uno de los padres de la Iglesia, reflexionó sobre este tema en su obra "Confesiones", reconociendo su propia necesidad de perdón y su experiencia personal de la gracia divina. Otro santo que profundizó en este tema fue San Francisco de Asís, quien vivió una vida de radical humildad y compasión hacia todas las criaturas de Dios. A través de sus enseñanzas y ejemplo, San Francisco enfatizó la importancia de acoger la misericordia con corazones abiertos y arrepentidos, reconociendo nuestra dependencia total de la gracia de Dios para encontrar la verdadera paz y felicidad.