LA PASCUA, EL SIGNO DE AMOR Y VIDA
La Pascua es el gran Signo de nuestro tiempo, como lo ha sido tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, más allá de las consideraciones lingüísticas, aunque tiene un profundo significado que se ha mantenido por miles de años y un significante que se adopta en todos los idiomas y culturas.
En este proceso de discernimiento en el que nos encontramos vale la pena reflexionar sobre el valor del Signo a lo largo de la historia de la humanidad. Desde la primera Pascua, aquella noche (Exodo 12) cuando los israelitas iniciaron su liberación de la esclavitud en Egipto, hasta cuando Jesús la celebra para ampliar su significado, la Pascua se consolida como el gran Signo de todos los tiempos. Nos revela la presencia y eternidad de Dios que aún hoy vivimos en el misterio pascual de Cristo.
Desde esa noche, cuando con la Pascua se realizó el pacto de Dios con su pueblo, se repetía una celebración que miraba hacia el pasado para motivar al pueblo a recordar constantemente su compromiso con Dios, agradecerle la libertad y reafirmar su fidelidad permanente.
En el Nuevo Testamento el Signo de la Pascua es resignificado por Jesús (Mt.26; Lc.22). "Ahora damos gracias, no por el cordero que libró a Israel de Egipto, sino por el Salvador, el cordero de Dios, que con su cuerpo y su sangre otorga eterna redención a todo aquél que cree" (*). Jesús escoge la más importante celebración judía, para instituir la Cena del Señor e instaurar el Nuevo Pacto. Un momento de comunión entre Dios y su pueblo, de encuentro, de gratitud y de esperanza en el reino de Dios. Ya no hay sólo nostalgia y recordación, el nuevo significado también nos compromete con el amor y la vida. Es tener la certeza de ser redimidos por la gracia de Dios y de recuperar la vida por la Resurrección.